Dos horas al sur de la frontera mexicana más meridional (Chetumal) yace una mezcla increíblemente diversa de culturas, gastronomía, geografía e idiomas. Belice se encuentra situada entre México al norte, Guatemala al sur y el oeste, y el Mar Caribe al este. Este enclave geográfico constituye un rico crisol de etnicidades, de estilos de vida y una interesante mezcla de culturas que vienen a conformar un escenario abierto y llamativo para turistas, arqueólogos, estudiantes, aventureros y expatriados procedentes de Estados Unidos, Europa, Canadá y del resto del mundo.
Belice cuenta con una población de 315 mil habitantes y una superficie de 22 mil 965 kilómetros cuadrados, incluyendo 688 kilómetros cuadrados de islas. Los guatemaltecos desde el sur, los mexicanos desde el norte, los ex esclavos procedentes de barcos negreros que naufragaron en el Mar Caribe, mezclados con las tribus de caribes y arahuacos (garífunas), los mayas nativos, los ingleses, libaneses, chinos, indios y menonitas, constituyen la columna vertebral de esta interesante cultura multiétnica. Esta combinación dio lugar a los mestizos (mayas y españoles) y a los creoles (africanos e ingleses), además de otras mezclas raciales indefinidas. El inglés es el idioma más hablado, seguido por el español, el creole, el garífuna y el maya.
Al aterrizaje en el aeropuerto de Ciudad Belice le siguió una breve bienvenida y un vuelo doméstico a bordo de la línea aérea local, Tropic Air, para la primera etapa de nuestro recorrido. Fue un vuelo breve y confortable en una aeronave monomotor que cubre rutas nacionales, y 20 minutos más tarde descendíamos sobre árboles de mango en el pueblo de Dangriga.
Nuestra primera noche la pasamos en Hopkins, ubicado a hora y cuarto de Dangriga en el lujoso resort de playa Jaguar Reef Lodge. Bellamente diseñado y decorado, este establecimiento ha sido creado con notable gusto artístico, desde los intrincados azulejos de la ducha y los apliques hasta las bañaderas privadas con agua caliente ubicadas al aire libre, literalmente bajo las estrellas. El amplio comedor, también al aire libre y con una vista del Caribe, nos permitió saborear por primera vez las danzas y toques de tambores garífunas, una increíble nuestra de trabajo manual unido a los bailes tradicionales africanos, mientras disfrutábamos de un buffet conformado por ofertas de la cocina regional.
Cada día en el poblado de Dangriga, los residentes del lugar (los garífunas) celebran su arribo en 1832 a las costas de Belice recreando el naufragio del barco de esclavos, seguido por el tradicional toque de tambores africanos, las danzas y las festividades. Aunque la lluvia empañó el suceso, las nubes se hicieron a un lado de vez en cuando para permitir el paso del desfile por la calle principal y poder experimentar por momentos el batir frenético y explosivo de los tambores en manos de los pobladores. Estábamos parados en el balcón de la estación de radio local mirando el desfile cuando de repente escuché la voz de Yndiana en la radio, entrevistando e interactuando con el DJ acerca de las festividades programadas para el lugar. En medio del desfile, Yndie se había subido a una de las furgonetas y desapareció calle abajo en su vestido verde, en medio de los vítores de los residentes y de los equipos de filmación de la televisión, tanto locales como regionales.
La segunda etapa de nuestro viaje comenzó con un típico almuerzo garífuna en el Pelican Beach Resort, un paisaje dominado por palmeras, con una vista espectacular del Caribe y una refrescante brisa que, unidas a una actitud de total desenfado, preparó el camino para una noche de dulces sueños.
Al día siguiente entrevistamos a la yerbera, comadrona, espiritista y fabricante de muñecas de la localidad, la señora Sabal, una mujer enérgica con más de un vestigio de barba encanecida en su mentón y un gran brillo en sus ojos. Nos relató muchas historias e interacciones interesantes acerca de sus muñecas, ideas que surgen de los sueños y del ímpetu por su muñeca especial de dos troncos y dos cabezas que se voltea para convertirse en otra persona completamente diferente. Como ella misma dice, “una noche caminaba frente al espejo, me detuve y vi mi propio reflejo, todos los cambios que mi cuerpo ha sufrido a lo largo de los años, el encanecimiento de mis cabellos, la barba blanca y la pérdida de los dientes. Pensé cómo la belleza cambia desde el exterior en la primera etapa de la vida hacia el interior en la medida en que uno envejece, y aceptar eso es parte del proceso”. Así, la confección por parte de esta mujer de una muñeca que refleja los cambios físicos y filosóficos de la vida la han ayudado a aceptar y reconocer el proceso de envejecimiento de cualquier persona. De más está decir que le compramos una de sus muñecas.
Experimentar el toque de los tambores garífunas había sido uno de nuestros deseos, pues Yndiana ya los había visto anteriormente en las islas, mientras que yo, un intérprete a medias de tambores africanos, sentía curiosidad por sus tambores, sus ritmos y su trabajo manual. Nos quedamos perplejos por la velocidad del toque, la agilidad, la pasión y la precisión, unidas a los trajes coloridos de las hermosas mujeres garífunas. Más tarde ese mismo día, Yndie fue a parar en medio de un escenario lleno de danzas y toques de tambores a orillas de la ensenada donde se realizaba la reconstrucción del hecho histórico. Los ritmos fluyeron, la gente bailó y aplaudió, algunos entraron en trance, uno se desmayó y a Yndie la invadieron las lágrimas. Pudo filmar algunos minutos que aun no hemos visto.
A la mañana siguiente estábamos en la carretera en camino a Sabal Casava Farm, donde nos mostraron todo el proceso de realización del casabe, desde la cosecha, la limpieza, el procesamiento, la cocción y el empaquetamiento del producto final, todo hecho en un mismo lugar por esta maravillosa familia. Queremos agradecerle a la familia Sabal por dedicarnos parte de su tiempo a enseñarnos esta labor.
Nuestra próxima parada fue San Ignacio, un viaje de dos horas por una carretera bien pavimentada a través de una selva y hacia un poblado ubicado en la ladera de una colina que combina el estilo del viejo Oeste con calles angostas y tiendas tropicales fabricadas de madera. Aquí uno encuentra a viajeros guatemaltecos, arqueólogos, trabajadores de los Cuerpos de Paz, norteamericanos retirados y turistas, además de amplias posibilidades para la observación de aves (unas 600 especies), ciclismo, senderismo, recorridos en canoa por el río Macal y la visita la instalación de cría de la mariposa morfo azul. Mientras entrábamos al pueblo, cubierto por una ligera bruma tropical, para nuestra entrevista con el notable arqueólogo beliceño, el Dr. Jaime Awe, quedamos encantados con el mercado al aire libre y los vendedores guatemaltecos. Tras un delicioso almuerzo con el Dr. Awe en el majestuoso San Ignacio Resort, una interesante entrevista donde debatimos sobre sus más recientes esfuerzos arqueológicos y una botella de cerveza Belikin, partimos hacia las ruinas selváticas de Xunantunich (“la señora de la roca”).
Xunantunich, un gran sitio ceremonial maya, es la segunda estructura maya más grande de Belice (casi 40 metros de alto), ubicada en una colina desde donde se alcanza a ver el río Mopan. Fácilmente escalable a través de peldaños escalonados, diez minutos después habíamos subido la mayor pirámide, El Castillo, y nuestro esfuerzo quedó recompensado con una espectacular vista del horizonte, de Guatemala y del distrito de Cayo Belice.
Tras dos horas de recorrido por las ruinas, partimos hacia Ian Anderson’s Caves Branch Jungle Lodge para pasar tres noches en las que dormimos con la naturaleza y exploramos en cámaras inflables las cuevas de los antiguos centros ceremoniales mayas. Ian’s lodge, ubicada en el corazón de la selva sobre la ladera de una colina que permite ver un sinuoso río, tiene posibilidades de alojamiento para todo tipo de personas, desde palapas con techos de guano y duchas al aire libre hasta cabañas colgantes con maravillosas vistas, camas imperiales y todas la comodidades. Comida buena y saludable servida al estilo buffet en un ambiente abierto permite interactuar con otras personas procedentes de todas partes del mundo.
A las 9 de la mañana el grupo abordaba un ómnibus escolar preparado para la travesía en el interior de la selva, un recorrido que inició así nuestra Expedición por las Cuevas del Río. Tan pronto descendimos del ómnibus, nos entregaron mochilas con cascos que llevarían una linterna al estilo de los mineros colocada en el parte frontal, pues la visibilidad es nula en el interior de la cueva. Una vez en la entrada de la cueva, nos colocamos las linternas y subimos a las cámaras inflables. Nos explicaron que debíamos remar hacia atrás contra la corriente allí existente hasta llegar a un determinado punto desde donde podríamos posteriormente proseguir a pie el resto del recorrido. Tras lo que nos pareció ser un largo periodo de tiempo, nos deshicimos de las cámaras y en compañía de nuestro guía bilingüe Arnold, iniciamos el histórico recorrido maya a pie, observando a nuestro paso formaciones de cristales de casi cinco millones de años de antigüedad, centros ceremoniales, reliquias, fragmentos de utensilios de barro y cenizas de miles de años, muchas de los cuales aun en sus lugares originales. Después de pasar dos horas explorando la profundidad de la cueva, observando estalagmitas y estalactitas, almorzamos y regresamos, caminando y remando en las improvisadas balsas de cámaras inflables hasta que apareció la luz de la entrada de la cueva. Luego caminamos a través de los naranjales, abordamos nuestro ómnibus y regresamos al hotel.
Había sido un día memorable. El conocimiento histórico y arqueológico de nuestro guía, sumado a su habilidad para maniobrar con nuestro grupo en dirección contraria, contra una poderosa corriente en aquellas cámaras inflables, es sin dudas un tributo a su excelente adiestramiento.
Tras un sueño sereno aquella noche, un desayuno en el balcón al aire libre, una charla con el propietario del hotel, el señor Ian Anderson, regresamos a Ciudad Belice para tomar nuestro vuelo que iniciaba así la última etapa de nuestro viaje.
Pocos minutos después de nuestro arribo a la pequeña pista de aterrizaje de Belice, abordamos un avión de Tropic Air y 20 minutos después llegábamos al pueblo de San Pedro, Ambergris Caye. Hicimos un breve recorrido en auto hasta el muelle y allí encontramos el lanzamiento del Coco Beach Resort. Unos minutos después, estábamos bordeando tranquilas y prístinas aguas de camino hacia nuestro resort, donde pasaríamos los próximos dos días.
En cuanto terminó el lanzamiento, nos adentramos en el muelle de Coco Beach y allí fuimos recibidos por las palmeras, por una vegetación perfectamente cuidada y por un llamativo resort ubicado sobre una playa de arenas blancas.
Diseñado en forma de herradura y de frente al océano, rodeado por dos piscinas, un bar dentro de la propia piscina y varios solarios, este lujoso resort fue creado como el mejor remedio para eliminar el estrés corporal y el descanso de la mente. En su interior, nuestra habitación bordeaba un amplio y opulento pasillo con pisos de mármol, un gran baño azulejado, una espaciosa sala de estar, un comedor y una cocina con efectos electrodomésticos modernos y delicadas obras de arte que redondeaban el diseño y la decoración de la habitación. Adyacente a este hotel, se encontraba otro resort similar, diseñado para huéspedes con menos presupuesto, pero equipamos con muchas de las mismas comodidades. Deportes acuáticos, pesca, paseos o recorridos hasta el pueblo a bordo de los carritos de golf para disfrutar de una comida pausada hacen que cualquier viajero considere seriamente la opción de visitar San Pedro.
Son las cinco de la mañana y es hora de que Yndie se levante para ir a bucear en el famoso Blue Hole (Hueco Azul), a 50 millas de la costa de Ciudad Belice. Siglos atrás, una cueva colapsó dejando un hoyo circular casi perfecto de unos 304 metros de diámetro y 125 metros de profundidad, perfectamente visible desde el espacio exterior y popularizado por el ya fallecido investigador Jacques Cousteau en la década del 70 del pasado siglo. Este lugar es una opción para cualquier buzo que se respete e Yndie tuvo el honor de explorar este tesoro y quitarlo de su lista de prioridades.
San Pedro es el pueblo de calles adoquinadas, de vida apacible y de recorridos en carritos de golf localizado en Ambergris Caye, la mayor isla de Belice y la cuna del turismo en este país centroamericano. La expresión “Sin zapatos, sin shorts, sin problemas” epitomiza la actitud que se vive en Ambergris Caye. Los Cayes (cayos) son pequeñas islas arenosas formadas sobre la superficie de los arrecifes coralinos y protegidas por las propias barreras de corales. Son de tamaño variable y algunas de ellas son privadas. La buena comida en San Pedro se puede encontrar en el Red Ginger, donde pudimos saborear un exquisito pargo preparado con la salsa tradicional de la casa y una buena porción de queso de cabra encima.
Después de disfrutar de una deliciosa noche, realizamos un viaje en bote a la luz de la luna de regreso a Coco Beach y a primera hora de la mañana siguiente estábamos camino a Ciudad Belice para coger nuestro bus. Nuestro destino esta vez: Chetumal, el pueblo fronterizo entre Belice y México. Gracias a una pequeña confusión de mi parte, terminamos en la terminal de ómnibus equivocada, pues asumí que tomaríamos un bus moderno, ultra cómodo, con aire acondicionado para realizar nuestro viaje de entre dos y dos horas y media. Después de comprar nuestros pasajes expreso, esperamos pacientemente por el “gran ómnibus blanco”, preparándonos para una buena siesta de unas dos horas en cuanto cayéramos en sus asientos. Bueno, el “gran ómnibus blanco” entró al área de la terminal y para sorpresa nuestra, ni era tan blanca ni era tan grande. Rápidamente hicimos un cambio de enfoque mental del asunto, nos subimos al ómnibus y disfrutamos completamente aquel viaje a través del campo, de pequeños pueblos, dejando atrás mercados al aire libre y llevándonos una “idea” del verdadero Belice.
El tiempo que permanecimos en Belice fue extraordinario y asombroso para mí, pues siempre había tenido la idea que se trataba de un destino de pescadores y playas. Su diversidad geográfica, los cayos, la costa, la selva y las montañas, su pasado multiétnico, sus sitios arqueológicos (muchos de ellos aún por descubrir o por desenterrar), sus carreteras bien pavimentadas y sobre todo su pueblo amable y servicial me sedujeron rápidamente a regresar y pasar un periodo mucho más largo el próximo año.
Apenas hemos abordado a grandes rasgos la belleza y la diversidad de este país, pues toda su inmensidad será explorada en algún momento futuro.
Quisiéramos agradecerle a la Junta de Turismo de Belice y al señor Ian Anderson (por la estancia en el Caves Branch Lodge la exploración de la cueva), al Pelican Beach Resort, al Jaguar Reef Lodge/Almond Beach Resort (Ian Anderson) y al Coco Beach Resort por su invitación para visitar su país.
Por Bill Milligan