El 29 de noviembre de 1890 centenares de jamaiquinos y unos pocos nacionales de otras islas como Barbados y Trinidad, desembarcaron en Guayas para dar comienzo a la gigantesca tarea que sesgaría la vida de gran parte de ellos y que marcó un hito en la historia de Ecuador.
Muchos de ellos se fueron, dejando su impronta en el “medio del mundo”, y una buena cantidad fundaron sus hogares en la costa ecuatoriana una vez concluido el asombroso proyecto de ingeniería ferroviaria.
En su acometida, murieron más de 2.500 obreros y se decía que la montaña estaba maldita: “Son seres de acción. Hombres resistentes, alegres, optimistas y muy trabajadores. Resalta su fortaleza al no padecer de enfermedades nerviosas y saben afrontar su soledad”, escribe la ecuatoriana Luz Argentina Chiriboga en su novela “La Nariz del Diablo”, al referirse a los trabajadores procedentes de Jamaica.
Nos paseamos por los personajes de la novela, que empieza en Jamaica, donde el contratista James MacDonald se empeña en reclutar la mayor cantidad de obreros para construir la vía férrea de un país desconocido. Es que la para entonces colonia británica ya tenía su ferrocarril – Jamaica fue el segundo país del mundo occidental en tener un tren, apenas 18 años después de Inglaterra – y muchos de los fuertes y resistentes afrojamaiquinos habían también contribuido en la construcción del panameño, por lo que eran considerados expertos en el manejo de la dinamita.
Así, miles de peones provenientes de la hoy conocida isla del reggae y del “No Problem” se embarcaron hacia esta tierra, con la esperanza de hacer fortuna, una constante de los inmigrantes de ese tiempo. Las explosiones de dinamita, los accidentes resultantes de la dura labor, la malaria, y las mordeduras de serpientes, entre otras, fueron las constantes.
Amanece en Alausí y nos quedamos anonadados viendo el paisaje desde la Hostería La Quinta, a la que llegamos la tarde anterior desde Quito. Se hace difícil en medio de tanta paz imaginar grandes barrenos perforando las rocas, y cartuchos de dinamita ensordeciendo a aquellos que se encomendaban a sus dioses antes de detonarlos. Un opíparo desayuno y la amable atención de su dueño nos preparan para el paseo, y caminamos siguiendo los rieles del tren mientras nos dan los primeros rayos del sol en nuestros rostros.
Bill Milligan va fotografiando todo como es su costumbre: los niños que van al colegio, los perros perezosos a esa temprana hora, los obreros que comienzan sus labores de refaccionar el centro histórico.., un revivir de Alausí sin duda, como en aquellos tiempos del presidente Eloy Alfaro, “El Viejo Luchador”, líder de la revolución liberal, que incansablemente buscó capital extranjero para acometer el más ambicioso proyecto de todos los tiempos: el Ferrocarril Transandino, un sueño iniciado por su antecesor, el presidente Gabriel García Moreno y precedido en el tiempo por el visionario coronel ecuatoriano Victor Proano, de quien se dice que “soñaba con los ojos abiertos” y a quien muchos tildaron de loco. Y es que Quito no tenía nada que ver con la sierra, y la mula era el único vehículo para transportar personas y mercaderías.
Quedan en algún lugar del trayecto los vagones de aquella locomotora ensordecedora que vomitaba vapor desde sus entrañas de fuego, manejada por aquellos hombres negros. También destacan en el verdor del camino los durmientes de madera del antiguo tren, que ahora les sirve a los habitantes de la zona para construir sus casas.
Lo cierto es que en la confluencia de río Guasuntos con el Chanchán se eleva el motivo del desvelo de miles de seres humanos de aquella época. Se presentaron tantos obstáculos en la perforación de esa gigantesca masa rocosa que fue por eso que se le dio el nombre de “La Nariz del Diablo”.
Hoy atrae a tantos visitantes provenientes de todas partes del Ecuador y del mundo, brindando prosperidad a Alausí por segunda vez. Mientras pensamos en esto llegamos al vistoso terminal del tren, donde compramos los pasajes media hora antes de la primera de tres salidas diarias,la de las ocho de la mañana. A las 11 a.m. y a las 3 de la tarde están pautadas otras dos, pero dependiendo del tiempo la última se realiza o no.
En la venta de artesanías de la estación no pude resistirme a comprar el libro “Nariz del Diablo y Monstruo Negro” de Karl Dieter Gartelmann, empastado de lujo, además de un gorrito y una bufanda rojas.
Es el momento de arrancar! Santiago, el guía, va explicando la historia de la construcción del tren durante el recorrido que toma algo menos de una hora. Las caras de los pasajeros rezuman felicidad y miro sus gestos alborozados cuando observan los paisajes de ensueño. Bill y yo somos los únicos en el compartimiento de 35 dólares, con un costo de diez dólares más que el resto del vagón, imprescindible para lograr las mejores fotos para esta nota. El servicio es más exclusivo porque cuenta con un sillón en forma de U para que lo utilicen grupos de amigos o familias, y posee también servicio de cafetería.
El viaje se siente como una aventura, y la adrenalina aumenta cuando subes y bajas por las colinas de forma acompasada, ya que el sistema hidráulico de los vagones garantiza un desplazamiento sin sobresaltos. La Empresa Ferrocarriles del Ecuador (EFE) inició estos recorridos con tres coches panorámicos a comienzos de 2012. Pensamos que el objetivo final es el de de atraer turistas y con ello generar ingresos para los habitantes de las comarcas por donde pasa el tren. Esto se está logrando si lugar a dudas.
La locomotora es impulsada con electricidad y con diesel, y ya en Sibambe está el comedor cafetería ‘Cóndor Puñuna’, a cargo de una asociación de trabajadores integrada por una veintena de jefes de familias indígenas locales. Los visitantes pueden visitar el museo ya que la entrada al mismo está incluida en el costo del boleto; pueden igualmente, si lo desean, montar a caballo, cancelando tan sólo cinco dólares adicionales. Esta es otra actividad llevada a cabo por los indígenas mismos. Es necesario destacar que disfrutamos mucho de ella. Y hasta “echamos una bailaíta” aprendiendo las cadenciosas danzas típicas bajo la guía de los amables anfitriones indígenas.
En medio de la alegría y la satisfacción del trayecto confesamos que nos vino varias veces a la mente el personaje de la novela de Argentina Chiriboga, el jamaiquino John Karruco, que adoraba tocar tambor, hacer fogatas, preparar “ pollo al jerk” (el elaborado condimento de Jamaica), además de cantar y jugar al fútbol. La dinamita le llevó sus dos brazos: “humilde pez sin aletas, pordiosero del agua, un fragmento nada más del cántaro…”
Como amantes de la región caribeña, no podíamos dejar de vincular con esta nota a estos dos polos turísticos que tanto nos maravillan y atraen, Ecuador y Jamaica. Sin duda el desarrollo de su producto tiene una misma finalidad: lograr que el turismo sea sostenible, a fin de que las comunidades locales se beneficien de los ingentes ingresos por la derrama que genera. Y es sumamente agradable saber que por aquí también hay sangre jamaiquina.
Fotos: Bill Milligan
Texto: Yndiana Montes